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Obras maestras de vino y licores en su puerta
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El Château Margaux es un nombre inconfundible en los viñedos bordeleses, cuyo prestigio y reputación se extienden desde hace mucho tiempo más allá de las fronteras. Conocido como "La Mothe de Margaux" ya en el siglo XII, la gran calidad de sus vinos fue reconocida a principios del siglo XV gracias al trabajo de vinificación del jefe Berlon, que separó las uvas tintas de las blancas y consiguió distinguir las mejores parcelas. Más tarde, en 1784, este vino sedujo a Thomas Jefferson, futuro presidente de Estados Unidos y entonces embajador de Francia. A principios del siglo XIX, el Château fue destruido por su propietario de entonces, el marqués de la Colonilla Bertrand Douat, quien lo reconstruyó tal y como lo conocemos hoy, con su peristilo jónico, su escalera monumental y su fachada clásica.
La consagración del Château Margaux se produce cuando alcanza el rango de Ier Grand Cru Classé en 1855, distinción que comparte con otros 4 grandes nombres del Bordeaux: Château Lafite Rothschild, Château Haut-Brion, Château Latour y Château Mouton Rothschild desde la revisión única de la clasificación en 1973. La denominación Margaux no se creó hasta 1954, inspirada en la impecable excelencia del homónimo Château.
Propiedad desde 1977 de la familia griega Mentzelopoulos, Château Margaux vigila hoy un viñedo de 82 hectáreas, 70 de las cuales se dedican a la producción de vinos tintos. La edad media de las viñas es de 35 años, con un 75% de Cabernet Sauvignon, un 20% de Merlot, un 3% de Petit Verdot y un 2% de Cabernet Franc.
Los vinos de Château Margaux son el resultado de una drástica selección destinada a conservar sólo lo mejor de la cosecha, con el objetivo de que tengan cuerpo y sean opulentos, con una gran longitud y un refinamiento sin igual.
Con su elegante color granate intenso y profundo, no tarda en seducirnos con una nariz inicial de bella complejidad.
Las notas de fruta roja madura se mezclan armoniosamente con delicados matices de rosa.
Tras la aireación destaca la pimienta negra pero también el regaliz.
En boca, resulta elegante y sedoso. Amplio en el ataque, tiene una textura aterciopelada, gracias a taninos perfectamente fundidos, que acaricia nuestro paladar.
El final sobre aromas mentolados nos deja una sensación de frescor.